Hace 2.000 años hubo un asentamiento humano en este municipio vecino de Medellín, en lo que hoy se conoce como la vereda La Holanda, que al parecer mejoró las condiciones del suelo para cultivar.
El hallazgo de este nuevo sitio arqueológico, conocido
como Monte Azul, se estableció por medio de pruebas de carbono 14 y una
combinación de técnicas de micromorfología, física y química de suelos.
“Existe evidencia arqueológica de una vivienda y de
manipulación de las condiciones naturales del suelo que no era muy apto para la
agricultura. Ellos (quienes habitaban ahí) mezclaron materia orgánica con otros
elementos para mejorar las condiciones de los suelos, y en las laderas más cercanas
hicieron una especie de cultivos escalonados que seguramente sostenían la
vivienda”.
Así lo reveló el antropólogo Andrés Godoy, magíster en
Medio Ambiente y Desarrollo de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL) Sede
Medellín, y uno de los responsables del proyecto.
“Ente hallazgo es llamativo porque aunque en el Valle de
Aburrá –la zona geográfica en la que se asientan Sabaneta y Medellín– hay
evidencia de más de 10.000 años de plantas no domesticadas, hasta ahora no se
habían encontrado pruebas de suelos manipulados por humanos para cultivo”,
subraya.
Los investigadores le dieron prioridad al análisis del
suelo, más allá de los elementos arqueológicos encontrados –como piezas de
cerámica y herramientas en piedra–, pues es la zona más intervenida por la
actividad humana. Para entender lo que pasó en el suelo hicieron análisis
físicoquímicos y una reconstrucción paleoambiental del momento de la ocupación,
con evidencia paleobotánica.
Con esos insumos pudieron identificar fitolitos (restos
biomineralizados de origen vegetal) similares a los del maíz y otras plantas de
su género. “No podemos identificar exactamente qué cultivaban, pero los
fitolitos que encontramos también están en plantas de consumo humano como maíz,
ají y papa”, agregó el arqueólogo Godoy.
En el suelo también encontraron evidencia química de la
actividad humana, como grasas asociadas con la cocción, fosfatos que indican
presencia de materia orgánica en descomposición, heces fecales de animales y
humanos, e incluso carbohidratos que indican un manejo de plantas ricas en
azúcares, que corresponden a los alimentos más consumidos durante la época
prehispánica.
El profesor Juan Carlos Loaiza Úsuga, del Departamento de Geociencias de la Facultad de Minas de la UNAL, explicó que esos acercamientos a la química del suelo son el principal aporte de esta investigación, pues la mayor parte de la actividad arqueológica se concentra en la recolección de artefactos y restos cerámicos.
“Más del 90 % de la información de registro
arqueológico está en el suelo y en sedimentos asociados con estos artefactos.
Gracias a ese estudio de suelos y a las evidencias ambientales pudimos ir más
allá en la interpretación de las condiciones de vida en el sitio”, comentó el
docente.
La evidencia encontrada en el sitio les permitió a los
investigadores inferir que Monte Azul fue habitado por 2 o 3 generaciones,
probablemente de 1 o 2 familias, durante un siglo. Cabe anotar que, según otras
investigaciones, en esa época el Valle de Aburrá tenía poblados dispersos, sin
centralidad ni jerarquías, en los que los mismos pobladores se ocupaban de su
alimentación y realizaban actividades complementarias como alfarería,
explotación de ojos de sal y orfebrería.
Esos elementos siguen en custodia de los investigadores y
de la Corporación SIPAH (entidad sin ánimo de lucro dedicada a la
investigación, gestión y promoción de los valores socioculturales y del entorno
natural), que ya adelanta gestiones para saber si los pueden entregar a la Casa
de la Cultura local o si existe la posibilidad de crear un museo arqueológico
en la zona.
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