Más de 3.000 fragmentos de cerámica decorada, restos de alimentos, semillas, polen y huesos de animales encontrados en tres antiguos asentamientos de los Montes de María (Sucre) revelan que desde el siglo III a. C. comunidades humanas ya habitaban esta región del Caribe colombiano. Estos grupos no eran completamente sedentarios: se desplazaban entre colinas y planicies según la temporada del año, en una estrategia para aprovechar mejor el agua, los alimentos y los recursos del entorno.
La investigación, desarrollada desde el Doctorado en
Antropología de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL), evidenció que las
comunidades prehispánicas que habitaron esta región del Caribe colombiano entre
los siglos III a. C. y I d. C. no eran completamente sedentarias,
como se creía. Por el contrario, se trasladaban de forma organizada entre
distintos paisajes para adaptarse a los cambios estacionales y aprovechar la
diversidad de recursos naturales.
El trabajo arqueológico se desarrolló durante 6 años en la
cuenca media del arroyo Mancomoján, en el sector oriental de los Montes de
María, entre los departamentos de Sucre y Bolívar. Las excavaciones se
concentraron en los corregimientos de San Rafael, Flor del Monte, Canutal y
Canutalito, todos del municipio de Ovejas. El primer paso fue un reconocimiento
del terreno en busca de señales visibles de antiguos asentamientos humanos.
En los sitios seleccionados, el doctor en Antropología
Javier Gutiérrez Olano, autor del estudio, realizó excavaciones que en algunos
casos alcanzaron casi 3 m de profundidad. Su objetivo era encontrar
antiguos basureros domésticos que permitieran reconstruir la vida cotidiana de
estas comunidades a partir de sus objetos y restos materiales. En total se
excavaron tres unidades domésticas —es decir antiguos espacios de vida
familiar— ubicadas en distintos sectores del territorio.
La historia bajo tierra
Con el apoyo de científicos del Instituto de Ciencias
Naturales (ICN) de la UNAL, se analizaron semillas, polen y fitolitos (pequeños
cuerpos silíceos que dejan las plantas antiguas) para identificar las especies
vegetales que consumían estas comunidades. A partir de macrorrestos faunísticos
–como vértebras de pescado, fragmentos óseos y una gran cantidad de moluscos
terrestres–, el investigador evidenció que estos animales también formaban
parte importante de su dieta.
El análisis de las muestras en laboratorio permitió
identificar restos de alimentos cultivados como maíz, yuca y arrurruz o sagú,
así como semillas carbonizadas de palma de vino (Attalea butyracea) –una
especie que ya no existe en la zona– y otras plantas silvestres.
Uno de los principales hallazgos fue la cerámica decorada.
El antropólogo recuperó en total más de 3.000 fragmentos con al menos 23
combinaciones técnicas de decoración, que incluyen incisiones, modelados,
pintura positiva y negativa, y motivos en colores rojo y crema.
“Estas piezas no solo servían como recipientes domésticos,
sino también como elementos de cohesión cultural y expresión simbólica”,
explica el experto.
La distribución y complejidad de las cerámicas varió entre
los sitios excavados, lo que sugiere que los habitantes usaban distintos
espacios según la estación del año, y que cada lugar cumplía una función
específica dentro de su dinámica de vida.
“La presencia de capas arqueológicas, o niveles de tierra
diferenciadas, indica que los asentamientos se usaban intermitentemente, con
retornos periódicos entre ambos paisajes que coinciden con los cambios
estacionales”, amplía.
El descubrimiento muestra que las comunidades no dependían
exclusivamente de la agricultura, sino que combinaban el cultivo con la
recolección y la caza, una estrategia de subsistencia diversificada que
respondía a la oferta estacional de alimentos.
“Los hallazgos permiten entender que estas comunidades no
eran simples grupos agroalfareros móviles, sino sociedades organizadas que
habían desarrollado una forma de vida flexible y resiliente, capaz de adaptarse
a un entorno altamente variable”, concluye el doctor en Antropología.
Este trabajo arqueológico contribuye a reconstruir una
historia más profunda y rica de los Montes de María, una región que en las
últimas décadas ha sido fuertemente golpeada por el conflicto armado
colombiano. Sin embargo, sus raíces les ofrecen a las comunidades actuales una
conexión con un legado cultural que trasciende los episodios más recientes de
la historia, un pasado milenario de personas creativas y organizadas que se
adaptaron a su entorno.